jueves, 21 de abril de 2011

La Unión Europea ante los desafíos del siglo XXI

Rubén Ruiz















¿Cómo será la Unión Europea en 2020 o 2030? En un mundo en permanente cambio, que tiende hacia una mayor pluralidad de polos de poder, donde crece el poder de los grupos de países en detrimento del Estado soberano, los ciudadanos europeos necesitarán las soluciones globales de la UE. Habrá más Europa y los ciudadanos se identificarán más con ésta. De cara al exterior, la UE tiene que seguir apostando por el “poder blando”, y el Servicio Europeo de Acción Exterior deberá servir para garantizar la coherencia y la eficacia de la política exterior europea.


La Unión Europea, con tan sólo el 7% de la población mundial, produce alrededor del 25% de la riqueza del planeta, más que Estados Unidos, el doble que China y cinco veces más que India. Además, es el primer donante para el desarrollo. A pesar de las continuas críticas a la UE por la falta de protagonismo de su política exterior, ésta cuenta con algunos éxitos, entre los cuales se pueden citar como ejemplo el diálogo entre Serbia y Kosovo tras la declaración de independencia kosovar, o las sanciones de la Unión a Irán o Libia. Todo esto es lo que hace proyectar al exterior una Europa unida, mostrando el éxito del “poder blando” europeo, aunque, excepcionalmente, como en el caso actual de Libia, el “poder blando” tenga que estar apoyado en el “poder duro”.

La UE necesita, sin embargo, llenar de contenido estratégico su política exterior. Necesita una visión global, donde se describan los valores europeos, los posibles problemas futuros, los socios energéticos, los escenarios de actuación, etc. La Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) no debería ser una prolongación de las políticas exteriores nacionales, ni presentar la UE una política exterior como si fuera el 28º Estado de la propia Unión. Además, el equilibrio institucional es difícil de mantener sin una clara definición de competencias entre el Presidente del Consejo Europeo, el Presidente de la Comisión y la Alta Representante.

Los cambios que se están produciendo en el mundo durante los últimos meses demuestran que no hay nada cierto de cara al futuro, por lo que es difícil prever cómo será el mundo y la Unión Europea en 2020 o 2030, y el peso que ésta tendrá como actor global. Sí pueden percibirse algunas tendencias de hacia dónde se dirige el mundo. Ante los riesgos que nos afectan a todos, el mundo tiende hacia una ciudadanía global y habrá movimientos que la apoyen. La interdependencia entre los Estados y regiones del mundo será más fuerte. Seguirán surgiendo nuevos polos de poder, y el ascenso de más potencias medias hará evidente esta pluralidad, por lo que la riqueza estará más repartida. Y no podemos olvidar la “asiatización” de la economía. No será un mundo en el que el Estado tenga el poder, sino que será un mundo policéntrico, donde adquirirán protagonismo las regiones, ciudades, redes y movimientos (políticos, económicos, sociales…). Esta interdependencia llevará a una sociedad más global. Habrá menos pobreza pero habrá nuevos pobres. África verá reducirse su pobreza, pero aumentarán los problemas de marginalización y los riesgos metropolitanos. Existirá, por tanto, ante este escenario global, una necesidad de una mayor regulación global (medioambiental, económica, etc.) pero, a la vez, habrá más resistencia a ello. Y, finalmente, se producirá un aumento del poder del ciudadano, del poder individual y de los deseos de éstos para tener más oportunidades en la sociedad.

Ante este panorama, la Unión Europea se verá sometida a la presión de los ciudadanos por la necesidad de solucionar sus problemas cotidianos. Esto acercará la UE a los ciudadanos y, por tanto, habrá más Europa. La Unión avanza en momentos de crisis (políticas o económicas). Si miramos al pasado reciente, a la caída del Muro de Berlín, a la crisis de los años 90 o a las guerras yugoslavas, han seguido importantes avances de la Unión: la Unión Económica y Monetaria, el Tratado de Maastricht (y la PESC) y el Tratado de Ámsterdam. Por tanto, la actual situación en la ribera sur mediterránea presenta una oportunidad única para la Unión Europea de poner en práctica los instrumentos que ofrece el Tratado de Lisboa en materia de política exterior.

El Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) deberá servir para garantizar la coherencia y la eficacia de la política exterior europea, sin caer en el riesgo de usar el SEAE con el fin de incrementar los liderazgos nacionales. El SEAE cuenta con los actores y con los instrumentos necesarios, pero carece de una estrategia clara a medio y largo plazo. Una política orientada hacia una estrategia de seguridad y defensa está formada por objetivos más capacidades. La política exterior debe ser el primer paso de la Unión si ésta quiere desarrollar posteriormente una política propia de seguridad y defensa, para la que los objetivos deberían determinarse dependiendo de las capacidades y de los recursos con los que cuenta la UE.

Necesitamos más Europa. La voz de la Unión Europea debe hacerse oír en el mundo, pero debe ser una sola voz que aúne a todos los socios europeos. El interés y la admiración que suscita la integración europea dentro y fuera de nuestras fronteras, la defensa de nuestros valores y principios, y el peso, el poder y la influencia a cualquier nivel que tiene y tendrá la UE, deja clara la idea de que apostar por la Unión Europea es apostar por nuestro futuro.

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