Susana de Valentin
El vínculo profundo y la estrecha amistad que unen hoy a los pueblos de Israel y de España no se puede comprender sin antes conocer el significado de la presencia del judío y de la cultura y tradiciones judías en España desde tiempos inmemoriales, sobre todo, durante la era medieval y moderna. El sefardí es el descendiente del judío que habitó la Península Ibérica, a caballo entre España y Portugal, desde el período antiguo, pasando por el medieveo, hasta el siglo XVI, y expandiéndose, en épocas posteriores de la historia, hacia Europa occidental y la zona del Mediterráneo. Se encuentra íntimamente ligado a la cultura y tradiciones ibéricas, las cuales, a su vez, están nutridas de la filosofía, las artes, la lengua, la tradición, la cultura y todos aquellos elementos que han configurado la esencia judía. Una parte de nosotros, los españoles, está unida a lo que fueron los judíos durante la España antigua, medieval y moderna.
Pero centrémonos en las distintas etapas que ocupan el recorrido histórico del pueblo judío en España para una mejor comprensión de su especial significado. Del análisis de cada una de ellas nos ocuparemos en el presente artículo, con el único fin de trasladar al lector una visión de las consecuencias que tuvo la figura del judío y de todo lo que constituye su esencia para una parte de la actual cultura española y su patrimonio histórico, la cual une hoy estrechamente y con carácter especial a los pueblos de Israel y de España en el contexto de unas relaciones cuya profundidad y amplitud hunden sus raíces en dicha realidad, la cual pasamos a tratar a continuación:
1. Período antiguo y medieval: la España con presencia de judíos, donde éstos constituyeron una parte esencial del tejido social y económico español, a la vez que fueron, en determinados momentos, objeto de desconfianza, intrigas, violencia y vejaciones por parte del resto de los pobladores de religión diferente. Téngase en cuenta que durante el período de la presencia judía en la Península, la cual abarca desde primeras manifestaciones de la diáspora tras la destrucción de los reinos de Israel (s. VIII a.C.) y el de Judá (s.VI a.C.) hasta el edicto de expulsión del siglo XV, no existía el concepto de la nacionalidad propio del siglo XIX y de las ideas ilustradas de la Revolución Francesa. Por tanto, el vínculo de unión de la sociedad hispánica era de carácter meramente religioso, con un claro predominio del credo católico con respecto a los restantes con los que coexistió el judío y el musulmán.
2. Período moderno: la España sin la presencia de los judíos, tras el decreto de 1492. Con carácter previo a su expulsión, fue emprendida una política de persecución del judío converso, pero judaizante, en un momento coyuntural en términos económicos, sociales, políticos y religiosos bastante crítico, convirtiendo al judío en chivo expiatorio de todos los males.
3. Período contemporáneo: la España melancólica que recuerda al sefardita-compatriota que un día formó parte de sus tierras y del cual reconoce el gran mérito de haber hecho posible la expansión de las tradiciones y la cultura hispánica en Europa occidental y Oriente Próximo. Por ello, se inicia una política en favor de su retorno.
4. Constitución de 1978 y la España democrática: principio de universalidad de las relaciones inter-estatales y culminación de la transición democrática de la política exterior española: la España que se reconcilia con el sefardí y retorna al pasado de convivencia y harmonía entre las tres religiones: católica, judía y musulmana. La reconciliación se formaliza mediante el establecimiento de relaciones diplomáticas con el joven y moderno Estado de Israel el 17 de enero de 1986, a través del Canje de Notas en la Haya y la Declaración Conjunta por ambas partes. España, particularmente, reiteró su compromiso con los intereses de los palestinos y la creación de su propio estado por las estrechas relaciones que le unen al pueblo árabe también. Es por ello un mediador excepcional y en potencia en el contexto de la causa israelo-palestina actual.
PERÍODO ANTIGUO Y MEDIEVAL
Desconocemos a ciencia cierta en qué momento histórico los judíos hicieron acto de presencia en la Península. Se piensa que su llegada se produjo tras los iniciales movimientos de la diáspora después de la destrucción de los reinos hebreos, el de Israel y el de Judá, por los asirios en el siglo VIII y por los babilonios en el siglo VI a.C., respectivamente.
En el marco del Imperio Romano, tras la caída del Templo de Jerusalén por las tropas del Emperador Tito en el siglo I d. C., una nueva oleada de judíos huyeron hacia las tierras del norte de África, desde donde se adentraron a la España profunda dominada por los romanos. Una vez allí, pudieron conformar comunidades relativamente autónomas, toleradas por las autoridades y organizadas con arreglo a instituciones propias fruto del marco de su respectiva religión y filosofía de vida, como escuelas, bibliotecas o lugares de culto particulares. Nunca se establecieron en guetos. Sin embargo, por motivos de comodidad y compartimento de unas costumbres y tradiciones comunes, se afincaron en lugares de residencia exclusiva, lo que a la postre conformarían las heredadas juderías, dispersas en varios puntos del país y que aglutinan un sector del patrimonio histórico-cultural judeo-cristiano. Simultáneamente, el pueblo judío tuvo que convivir con personas que practicaban religiones diferentes, extrañas, sobre todo, cuando en el siglo IV el cristianismo se transformó en la religión oficial del Imperio, momento a partir del cual, las autoridades romanas dieron inicio a una serie de políticas discriminatorias en perjuicio de los judíos con el fin de disgregarlos de los cristianos, evitar el proselitismo y, con ello, la fuga de poder. Hay que tener en cuenta que la Iglesia cristiana alcanzó un gran poder en la esfera religiosa y en las instancias políticas a partir de un cierto momento en el desarrollo del Imperio romano, cuyo proceso acompañó.
Cuando los visigodos entraron en la Península, hacia el siglo VII d.C., y pusieron punto y final al dominio romano, poco después, los judíos fueron ciertamente tolerados durante el período del arrianismo[i]. La situación cambió cuando Recaredo, rey visigodo, quiso convertirse a la religión católica y hacerla religión oficial de su reino, fruto de un deseo de unión y control de todos sus súbditos. A continuación, fueron adoptadas toda una serie de medidas contra los judíos. El celo a una posible disidencia religiosa y política que hiciera tambalear el poder de la monarquía visigoda, hizo que tales políticas se propagasen.
En el marco del Imperio Romano, tras la caída del Templo de Jerusalén por las tropas del Emperador Tito en el siglo I d. C., una nueva oleada de judíos huyeron hacia las tierras del norte de África, desde donde se adentraron a la España profunda dominada por los romanos. Una vez allí, pudieron conformar comunidades relativamente autónomas, toleradas por las autoridades y organizadas con arreglo a instituciones propias fruto del marco de su respectiva religión y filosofía de vida, como escuelas, bibliotecas o lugares de culto particulares. Nunca se establecieron en guetos. Sin embargo, por motivos de comodidad y compartimento de unas costumbres y tradiciones comunes, se afincaron en lugares de residencia exclusiva, lo que a la postre conformarían las heredadas juderías, dispersas en varios puntos del país y que aglutinan un sector del patrimonio histórico-cultural judeo-cristiano. Simultáneamente, el pueblo judío tuvo que convivir con personas que practicaban religiones diferentes, extrañas, sobre todo, cuando en el siglo IV el cristianismo se transformó en la religión oficial del Imperio, momento a partir del cual, las autoridades romanas dieron inicio a una serie de políticas discriminatorias en perjuicio de los judíos con el fin de disgregarlos de los cristianos, evitar el proselitismo y, con ello, la fuga de poder. Hay que tener en cuenta que la Iglesia cristiana alcanzó un gran poder en la esfera religiosa y en las instancias políticas a partir de un cierto momento en el desarrollo del Imperio romano, cuyo proceso acompañó.
Cuando los visigodos entraron en la Península, hacia el siglo VII d.C., y pusieron punto y final al dominio romano, poco después, los judíos fueron ciertamente tolerados durante el período del arrianismo[i]. La situación cambió cuando Recaredo, rey visigodo, quiso convertirse a la religión católica y hacerla religión oficial de su reino, fruto de un deseo de unión y control de todos sus súbditos. A continuación, fueron adoptadas toda una serie de medidas contra los judíos. El celo a una posible disidencia religiosa y política que hiciera tambalear el poder de la monarquía visigoda, hizo que tales políticas se propagasen.
Entre los siglos VIII-XI, los musulmanes dominaron el terreno. Su texto sagrado, el Corán, máxima normativa de organización política, toleraba aquellas otras religiones diferentes que estuvieran dotadas de un libro sagrado, como era el caso del judaísmo, por lo que a sus practicantes les fue reconocida la libertad de culto y constituirse en comunidad religiosa dentro del al-Ándalus. En este ambiente de tolerancia fue posible la emergencia de las aljamas, entidades político-administrativas judías de amplia autonomía. Las élites judías asimilaron la cultura y el idioma árabes, lo cual les permitió acceder a los textos y escritos islámicos y elaborar estudios y traducciones en la literatura, la medicina, la poesía y la filosofía, dando paso a la denominada edad de oro de las tres religiones en España: católica, judía y musulmana.
Sin embargo, los judíos tuvieron que escapar hacia los reinos cristianos del norte de la Península, el de Castilla y Aragón, fruto de la invasión y el asentamiento de dos dinastías berberiscas en el sur, entre los siglos XI-XII, las cuales terminaron con la política de tolerancia religiosa y procedieron a la imposición de la ley islámica. Los reyes cristianos recibieron a los judíos con agrado y satisfacción, pues su fama de pueblo culto y competente permitiría el desarrollo económico y social de sus territorios recién conquistados. Fueron toleradas su religión, costumbres y tradiciones, pero se castigaba duramente el proselitismo judío. Los cargos públicos eran de ostentación por cristianos, aunque por veces, existían excepciones. Los más afortunados, desempeñaron funciones en la misma corte, como traductores, diplomáticos o boticarios. Algunos monarcas cristianos, incluso, declararon ostentar la máxima jurisdicción sobre los judíos.
Ya entre los siglos XIV-XV la situación se vuelve adversa para los judíos. La subida de los precios de los productos básicos, la escasez de liquidez y las hambrunas convirtieron al judío en el chivo expiatorio de las sociedades cristianas. Judíos había de todo tipo, ricos y pobres, pero la práctica de una religión distinta y la ostentación de cargos importantes en la administración o las finanzas, incluso en la misma corte, así como su inteligencia y competencias brillantes, mellaron la imagen del judío en los momentos de coyuntura económica a ojos de los cristianos, mayoritarios en número. En el contexto de este período convulso los reinos de Castilla y Aragón se unieron, el cristianismo cobró fuerza y muchos judíos tuvieron que convertirse en devotos cristianos para preservar sus vidas. Sin embargo, esto no bastó y el edicto de su expulsión decretado en 1492 puso punto y final a las raíces judías en España.
Resulta paradigmática la historia del Debate de Tortosa de 1414, cuya imagen situada en la parte superior del artículo, representa dicho acontecimiento histórico. El Papa Benedicto XIII, hizo que representantes de judíos y cristianos entablasen un diálogo interreligioso de gran calado durante varias largas sesiones. El objetivo último, fue el adoctrinamiento en la fe cristiana de los judíos y el reconocimiento por su parte de errores de fe a través de la firma de un documento, para lo que los rabinos estuvieron obligados, so pena de multas cuantiosas. La disputa se desarrolló bajo la sombra de la reciente degollina sita en Sevilla. A continuación, los bautismos forzados se multiplicaron por cientos. Tales hechos supusieron el punto culminante del proceso de declive de las comunidades judías en el territorio, un golpe del que nunca llegaron a recuperarse. (Ilustración: Disputa judíos y cristianos; grabado en madera por Johann von Armssheim, 1483; NOTA DE LA AUTORA: Los judíos son los del gorro en punta, obligados a vestir así para diferenciarse de los cristianos).
Entre los siglos XVI y XVIII los judíos partieron al destierro por tierra y por mar hacia ciudades, tanto de Europa occidental (Países Bajos, Francia, Italia, Alemania e Inglaterra) como del Mediterráneo (ciudades del norte de África, Turquía, Siria, Egipto, Grecia y los Balcanes). Los primeros destinos fueron los reinos de Navarra y Portugal. El Imperio Otomano que acogía buena parte de los territorios del Mediterráneo hasta los siglos XIX y XX, fue la única potencia que los recibió con todo tipo de proteccionismos y de privilegios. América latina y Brasil fueron también tierras de acogida. En todas las partes, los judíos fueron tolerados en tanto que se les permitió practicar su culto propio, no obstante, fueron igualmente objeto de abusos, discriminaciones y vejaciones, tanto por parte de las poblaciones entre cuyas culturas y tradiciones convivían, como por parte de las autoridades, lo que en ocasiones les obligaba de nuevo a cambiar de lugar.
PERÍODO CONTEMPORÁNEO
La expulsión de los judíos trajo consigo la expansión de la cultura española por todo el globo gracias al uso de la lengua castellana y de los textos literarios y científicos que fueron escritos en español durante los siglos XVI-XVII. Concretamente, fue en los Países Bajos donde más pudo apreciarse este fenómeno. En éste contexto, el siglo XVIII experimentó la eclosión del ladino como lengua vehicular de la cultura hispánica y símbolo de sabiduría. Sin embargo, hubo que esperar a la llegada del siglo XIX para que las fuerzas políticas y militares de España pusieran su foco de atención en los miles de sefarditas instalados en el Mediterráneo, concretamente, en los países de Grecia y Turquía, los cuales, todavía aún conservaban la lengua y costumbres de sus antepasados españoles. Representaban una fuerza importante para la extensión de los intereses económicos y comerciales de España en Oriente Próximo, pero no fue así que adoptaron dicha categoría hasta más tarde. Todavía remoloneaba en las cabezas de políticos e intelectuales conservadores de la época el acontecimiento de la expulsión de los judíos a finales del siglo XV. Por consiguiente, pocas medidas fueron emprendidas con el objetivo de su retorno a la que un día fue su casa pese a la idea aún en mantillas de que España debía de acercarse a los sefardíes de los Balcanes a través de la diplomacia, la enseñanza del español y el establecimiento de vínculos comerciales. Nos dimos cuenta de lo que esto suponía bastante más tarde, llevándolo a la práctica en el período de los treinta años gloriosos de democracia que hemos tenido hasta la fecha actual, a partir del establecimiento de relaciones bilaterales España-Israel en 1986.
Los años precedentes a la democracia en España estuvieron marcados por el período del franquismo. En él, se afirmó la confesionalidad católica del Estado, pero fueron toleradas otras creencias religiosas al amparo de normativas concretas. Tal fue el caso de los judíos, quienes pudieron practicar privadamente su culto. A su vez, los diplomáticos españoles realizaron una gran labor humanitaria en el uso de todo cuanto estuvo en su poder por evitar que hombres, mujeres y niños judíos perecieran en los campos de concentración nazis.
Tras el fin de la II Guerra Mundial, la Resolución 181/1947 creó el Estado de Israel mediante el denominado Plan de Partición de Palestina, territorio que se encontraba bajo mandato británico en ese momento. En el marco de dicha resolución, se propuso la creación de dos Estados: Israel y Palestina, así como la sujeción de la ciudad de Jerusalén a administración fiduciaria de la ONU hasta un plazo de diez años hasta decidir sobre su ubicación. Este Plan no fue aceptado por los árabes, quienes declararon la guerra a los israelíes tras la proclamación de su estado respectivo en 1948. El resultado se saldó con la victoria del ejército israelí y su ocupación de la mayor parte del territorio de la Palestina histórica. En ese momento, se produjo la primera oleada de refugiados palestinos. En 1967 tuvo lugar la guerra de los Seis Días. En ella, las tropas israelíes se enfrentaron a la coalición árabe, ocupando los territorios de la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, los Altos del Golán (Siria) y la Península del Sinaí (Egipto), ocasionando la segunda oleada de refugiados palestinos. En 1978, los acuerdos de Camp David hicieron que Israel se retirase del territorio egipcio por mediación de EEUU. A partir de entonces, se dio comienzo al conflicto israelo-palestino, englobando distintas cuestiones pendientes de resolución: la creación de los dos Estados de Israel y Palestina en términos de seguridad y confianza mutua, el derecho de retorno de los refugiados palestinos a sus tierras, la presencia del ejército israelí en suelo libanés, el estatuto de la capitalidad de Jerusalén, que tanto palestinos como israelíes reclaman como propia, los asentamientos de pobladores judíos en territorios palestinos y la cuestión de los árabes-israelíes en dichos territorios, o “palestinos del 48”. El conflicto ha pervivido hasta nuestros días pasando por varias fases de esperanza, en las que la participación de España y la comunidad internacional ha sido crucial, y también de sobrecogimiento: Acuerdos de Oslo, intifadas palestinas, Hoja de Ruta del Cuarteto EEUU, UE, Rusia y ONU, llegando a las actuales revueltas árabes pro-democráticas en el Magreb y Oriente Próximo cuyas implicaciones para Israel vuelven a acaparar todas las atenciones de la comunidad internacional y especialmente de España.
Tras el fin de la II Guerra Mundial, la Resolución 181/1947 creó el Estado de Israel mediante el denominado Plan de Partición de Palestina, territorio que se encontraba bajo mandato británico en ese momento. En el marco de dicha resolución, se propuso la creación de dos Estados: Israel y Palestina, así como la sujeción de la ciudad de Jerusalén a administración fiduciaria de la ONU hasta un plazo de diez años hasta decidir sobre su ubicación. Este Plan no fue aceptado por los árabes, quienes declararon la guerra a los israelíes tras la proclamación de su estado respectivo en 1948. El resultado se saldó con la victoria del ejército israelí y su ocupación de la mayor parte del territorio de la Palestina histórica. En ese momento, se produjo la primera oleada de refugiados palestinos. En 1967 tuvo lugar la guerra de los Seis Días. En ella, las tropas israelíes se enfrentaron a la coalición árabe, ocupando los territorios de la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, los Altos del Golán (Siria) y la Península del Sinaí (Egipto), ocasionando la segunda oleada de refugiados palestinos. En 1978, los acuerdos de Camp David hicieron que Israel se retirase del territorio egipcio por mediación de EEUU. A partir de entonces, se dio comienzo al conflicto israelo-palestino, englobando distintas cuestiones pendientes de resolución: la creación de los dos Estados de Israel y Palestina en términos de seguridad y confianza mutua, el derecho de retorno de los refugiados palestinos a sus tierras, la presencia del ejército israelí en suelo libanés, el estatuto de la capitalidad de Jerusalén, que tanto palestinos como israelíes reclaman como propia, los asentamientos de pobladores judíos en territorios palestinos y la cuestión de los árabes-israelíes en dichos territorios, o “palestinos del 48”. El conflicto ha pervivido hasta nuestros días pasando por varias fases de esperanza, en las que la participación de España y la comunidad internacional ha sido crucial, y también de sobrecogimiento: Acuerdos de Oslo, intifadas palestinas, Hoja de Ruta del Cuarteto EEUU, UE, Rusia y ONU, llegando a las actuales revueltas árabes pro-democráticas en el Magreb y Oriente Próximo cuyas implicaciones para Israel vuelven a acaparar todas las atenciones de la comunidad internacional y especialmente de España.
CONSTITUCIÓN DE 1978 Y LA ESPAÑA DEMOCRÁTICA: PRINCIPIO DE UNIVERSALIDAD DE LAS RELACIONES INTER-ESTATALES Y CULMINACIÓN DE LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA DE LA POLÍTICA EXTERIOR ESPAÑOLA
En 1986, con la entrada de España a la UE y su ingreso en la Alianza Atlántica, tuvo lugar la normalización y el establecimiento de las relaciones diplomáticas con toda una serie de países anteriormente impensables, entre ellos Israel, practicando el principio de universalidad de las relaciones inter-estatales que rige la transición de la política exterior a unos resultados claramente democráticos. Además, España ingresó en toda una serie de instituciones y organismos internacionales, consiguiendo una homologación exterior y legitimidad internacional que la convirtieron en una potencia con prestigio, colocada en el lugar que le correspondía, compartiendo una serie de valores, un sistema y unos objetivos comunes y afines a la comunidad internacional en la que insertaba. A partir de entonces, formaba parte del mundo, habiendo resurgido de manera inteligente y disciplinada de una situación a priori de aislamiento. El cuándo, cómo y porqué del establecimiento de las relaciones diplomáticas España-Israel, su esencia, así como la influencia de las revueltas árabes pro-democráticas actuales en el marco de la resolución del conflicto israelo-palestino, pendiente de resolución y en donde España dedica un sector de su política exterior, es objeto del siguiente artículo.
[i] Conjunto de doctrinas cristianas desarrolladas por Arrio, presbítero de Alejandría, que renegaba ciertos dogmas del cristianismo, como la Trinidad o la deidad de Cristo, y que se impuso como religión oficial durante los primeros años de dominación hispánica por los visigodos.
Bibliografía
- PÉREZ, J (2005), Los judíos en España, Madrid, Marcial Pons.
- RAY, J (2009), La frontera sefardí. La reconquista y la comunidad judía en la España medieval, Madrid, Alianza Editorial.
Artículo bien estructurado que demuestra amplios conocimientos.
ResponderEliminarMuy buen artículo!!! João Francisco
ResponderEliminarUma abordagem muito interessante e erudita que mostra como a história rica e variada de Espanha e Israel está interligada. Resta saber se Espanha ainda poderá ser um parceiro imparcial e credível para fazer avançar o PPMO. O equilíbrio é difícil, mas não impossível. Talvez a memória histórica ajude, embora os jogos de poder são impiedosos no Médio Oriente e os actores pouco sentimentais relativamente ao passado. Porém, quem não conhece o passado, está condenado a repeti-lo e, neste capítulo, os futuros diplomatas de Espanha parecem dominar bem a matéria. PMC
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